En el sur de Italia, Grecia y Chipre hay muchas hectáreas de pistacho plantadas donde no se deberían de haber plantado y nosotros cometimos un error semejante en Torrebesses. De las trescientas hectáreas plantadas en la área de Torrebesses, no menos de cincuenta, son en suelos marginales y magros, que pertenecen al pinar o al monte bajo. La teoría que el pistacho es el frutal a plantar “donde no hay otra opción”, es una insensatez. La agricultura moderna solo debe de prosperar e invertir en suelos fértiles. Cualquier compromiso en cuanto a la calidad del suelo es un suicido agronómico.
Dadas sus características genéticas, el pistacho requiere suelos profundos. Entendemos por suelos profundos aquellos que tienen un espesor de 1,5 a 2 metros de suelo meteorizado como mínimo y la roca madre no es compacta. Vegeta idealmente en vallonadas con suelos de 4 y más metros de profundidad, esto le permite buscar el agua profunda y alimentarse con humedad de escorrentía y lluvias de los años anteriores. La razón por la cual necesita suelos profundos es el agua. Si contamos con riego, entonces es harina de otro costal. Con un buen riego hay que asegurarse la no existencia de capas de arcilla compactada o cristalizada por encima de los dos metros que podrían generar encaramientos subterráneos.
Si bien la gran mayoría de plantaciones californianas son sobre suelos arcillosos y ligeramente ácidos (pH 6.5), el pistacho prefiere los suelos alcalinos de pH 7,5 para arriba y limosos, es decir, con suelo de textura de grano grueso.
Suelos en los que los olivos, viña, almendros, higueras, etc., vegetan bien, aunque contengan piedras sueltas, mezclas de gravas, etc. Si hay suelo profundo, el pistacho vegetará con notable ventaja sobre todos estos cultivos mediterráneos.